3 Aquel hombre tres veces malvado preguntó si en el cielo había un
Soberano que hubiera prescrito celebrar el día del sábado.
4 Ellos le replicaron: «Es el mismo Señor que vive como Soberano en
el cielo el que mandó observar el día séptimo.»
5 Entonces el otro dijo: «También yo soy soberano en la tierra: el que
ordena tomar las armas y prestar servicio al rey.» Sin embargo no
pudo
realizar su malvado designio.
6 Nicanor, jactándose con altivez, deliberaba erigir un trofeo común
con los despojos de los hombres de Judas.
7 Macabeo, por su parte, mantenía incesantemente su confianza, con
la entera esperanza de recibir ayuda de parte del Señor,
8 y exhortaba a los que le acompañaban a no temer el ataque de los
gentiles, teniendo presentes en la mente los auxilios que antes les
habían
venido del Cielo, y a esperar también entonces la victoria que les habría de
venir de parte del Todopoderoso.
9 Les animaba citando la Ley y los Profetas, y les recordaba los
combates que habían llevado a cabo; así les infundía mayor ardor.
10 Después de haber levantado sus ánimos, les puso además de
manifiesto la perfidia de los gentiles y la violación de sus juramentos.
11 Armó a cada uno de ellos, no tanto con la seguridad de los escudos
y las lanzas, como con la confianza de sus buenas palabras. Les
refirió
además un sueño digno de crédito, una especie de visión, que alegró
a
todos.
12 Su visión fue tal como sigue: Onías, que había sido sumo
sacerdote, hombre bueno y bondadoso, afable, de suaves maneras,
distinguido en su conversación, preocupado desde la niñez por la práctica
de la virtud, suplicaba con las manos tendidas por toda la comunidad de los
judíos.
13 Luego se apareció también un hombre que se distinguía por sus
blancos cabellos y su dignidad, rodeado de admirable y
majestuosa
soberanía.
14 Onías había dicho: «Este es el que ama a sus hermanos, el que ora
mucho por su pueblo y por la ciudad santa, Jeremías, el profeta de Dios.»
15 Jeremías, tendiendo su diestra, había entregado a Judas una espada
de oro, y al dársela había pronunciado estas palabras:
16 «Recibe, como regalo de parte de Dios, esta espada sagrada, con la
que destrozarás a los enemigos.»
17 Animados por estas bellísimas palabras de Judas, capaces de
estimular al valor y de robustecer las almas jóvenes,
decidieron no
resguardarse en la defensa, sino lanzarse valerosamente a la ofensiva y que,
en un cuerpo a cuerpo, la fortuna decidiera, porque peligraban la ciudad, la
religión y el Templo.
18 En verdad que el cuidado por sus mujeres e hijos, por sus
hermanos y parientes quedaba en segundo término; el primero y principal
era por el Templo consagrado.
19 Igualmente para los que habían quedado en la ciudad no era menor
la ansiedad, preocupados como estaban por el ataque en campo raso.
20 Todos aguardaban la decisión inmimente. Los enemigos se habían
concentrado y el ejército se había alineado en orden de batalla. Los
elefantes se habían situado en lugar apropiado y la caballería estaba
dispuesta en las alas.
21 Entonces Macabeo, al observar la presencia de las tropas, la
variedad de las armas preparadas y el fiero aspecto de los
elefantes,
extendió las manos al cielo e invocó al Señor que hace prodigios, pues bien
sabía que, no por medio de las armas, sino según su decisión, concede él la
victoria a los que la merecen.
22 Decía su invocación de la siguiente forma: «Tú, Soberano,
enviaste tu ángel a Ezequías, rey de Judá, que dio muerte a cerca
de
185.000 hombres del ejército de Senaquerib;
23 ahora también, Señor de los cielos, envía un ángel bueno delante
de nosotros para infundir el temor y el espanto.